Cristina Hoyos se siente tomareña

 Cristina Hoyos es una de las bailaoras más reconocidas del mundo, pero es también una mujer comprometida con la sociedad y que ha luchado durante años por reivindicar el papel de la mujer desde una perspectiva avanzada en su tiempo. Sevillana, se traslada a Tomares en los años noventa para buscar aire y luz que le permitiera descansar de sus largas giras llevando el flamenco y el baile a los mejores escenarios y un lugar donde su madre, que le había acompañado sobre todo en sus inicios, fuera atendida y cuidada en un entorno cómodo y saludable.

Ahora ya jubilada, aunque vinculada al flamenco mediante el Museo del Baile Flamenco, siempre apoyando a las nuevas generaciones de bailaores y bailaoras y creando coreografías, puede disfrutar de los paseos por Tomares, recorriendo sus tiendas, parques y terrazas.

Comenzó a bailar escuchando música de la radio de su padre y con quince años le convenció para dejar los estudios y asistir a una academia de baile. Enseguida destacó y con tan solo dieciséis ya actuaba en El Patio Andaluz, situado en la plaza del Duque, protegida siempre por su madre. Como ella nos dice, su madre era una luchadora que por el día trabajaba, pero siempre tenía tiempo para acompañarla al tablao y apoyarla en lo que ya era su pasión. Pronto da el salto a Madrid donde estaban las compañías de danza y baile español más importantes.

Cristina reconoce no haberse sentido nunca discriminada por el hecho de ser mujer porque el mundo artístico siempre ha sido más permisivo que la sociedad en general, aunque sabe que las mujeres tenían menos oportunidades que los hombres sobre todo a la hora de la conciliación familiar. Las mujeres con hijos eran las que permanecían en casa y los hombres seguían con sus carreras con menos problemas y mayor posibilidad de establecer contactos. Además, los períodos de recuperación de las bailaoras tras los partos y las largas giras por el extranjero dificultaban su reincorporación laboral anteponiendo en muchas ocasiones el cuidado de la familia a sus carreras. La condición sexual tampoco suponía un problema en este ámbito más tolerante, pero en la actualidad, aunque se siguen presentando más chicas a los castings, hay muchos más chicos lo que habla de un avance positivo e integrador de nuestra sociedad. 


En sus viajes por todo el mundo ha sido testigo privilegiada de la vida de las mujeres en otros países. En algunos estados como Japón también han avanzado en este sentido con respecto a sus primeras visitas en los años setenta y en otros, como en los países árabes el retroceso en los derechos de las mujeres ha sido enorme. Otros lugares donde esta discriminación siempre le ha parecido evidente es en muchos países de Latinoamérica.



Cristina Hoyos es una mujer menuda que se convierte en gigante en cuanto mueve los brazos. Hace años superó un cáncer de mama, pero ella miró la enfermedad cara a cara y le dijo que no tenía derecho a robarle su vida. Se emociona al recordar a su madre, cuya presencia aún siente por los muros de su casa, los olores de sus guisos, el cuidado y el amor que se merecía después de tantos años de lucha. Y su padre, que falleció joven, pero cuya imagen alegre y tierna permanece en su memoria.


Esta embajadora del flamenco que aún conserva la fuerza indestructible de la niña del patio de vecinos la calle Vírgenes que se pasaba bailando horas y horas con la música de la radio bajo la atenta mirada de su padre, se pasea por Tomares como una vecina más. Le gustaría que nuestro pueblo contara con una Escuela de Flamenco accesible para todos los niños y niñas donde quien sabe tal vez saliera una figura que, como ha hecho ella, lleve el baile a todos los rincones del mundo.

 




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