Ana Bizcocho
Sobre la mesa del salón ha desplegado Ana Bizcocho multitud de recuerdos: el último cartel de su clase, su nombramiento como miembro del Consejo Escolar Municipal de Tomares, el discurso que leyó durante el quincuagésimo aniversario del colegio Tomás de Ybarra y muchas fotos. En todas las imágenes aparece esta mujer guapa y sonriente rodeada de niños y niñas, en excursiones o en la puerta del aula o con el claustro de profesorado celebrando su jubilación.
Nació Ana Bizcocho en 1943 en el centro de Tomares, en la casa donde actualmente se
sitúa la Joyería Cansino y fue la primera mujer tomareña que finalizó estudios superiores, convirtiéndose en maestra de muchas promociones de niños y niñas de la localidad.
Su primera maestra fue Lucrecia Alfaro, que vivía muy cerca de sus padres. No recuerda Ana la edad con la que pisó un aula por primera vez, con toda seguridad antes de los seis años. Doña Lucrecia impartía clases a las niñas enfrente de donde ahora se encuentra La Caixa y con posterioridad se trasladó al nuevo colegio Tomás de Ybarra. Comenta Ana que ella “había caído en gracia” a doña Lucrecia, la cual insistió en seguir siendo su maestra en el colegio.
“A Doña Lucrecia la recuerdo con cariño. Fue mi única maestra de Primaria, por lo que todos los conocimientos que yo adquirí en esta etapa se los debo a ella. Era una mujer recta, trabajadora y que supo inculcar en cuantas alumnas tuvimos la suerte de tenerla, el deseo de superarnos…”
En el colegio Tomás de Ybarra había un jardín que separaba a niños y niñas. Nadie se atrevía a cruzar esa frontera, porque entonces los niños y las niñas eran muy obedientes, según Ana.
“El material que llevábamos era la enciclopedia Álvarez, un cuaderno, el catecismo Ripalda y un estuche con la pluma y algunos lápices por los que mirábamos como oro en paño porque si se perdían ya no había otro”
“Otro material importante era el baulito con la costura. Un trozo de tela blanca donde estas inigualables maestras nos enseñaban a bordar, hacer vainicas y otras labores”
Desde muy pequeña se aficionó a la lectura. Las maestras eran para ella un modelo y desde siempre quiso ejercer como maestra, especialmente maestra de Tomares. Desde los trece años impartía clases particulares en su casa.
Estudió en el colegio de Tomares hasta los once años. En aquel momento, el pueblo contaba con poco más de 2000 habitantes, de los cuales ninguna mujer continuaba su formación. Las muchachas de Tomares abandonaban el colegio pronto para trabajar en los almacenes de aceituna, porque había muy poco dinero y mucha necesidad. En el pueblo había muchísimo trabajo. Sin embargo, sus padres, con una visión “futurista” decidieron que su hija completase su formación.
Algunos niños sí estudiaban más allá de la Primaria, como los hermanos Tovar y Juan Caro o Manolo Muñoz.
Una vez acabados los estudios primarios, su madre la matriculó en las Teresianas de San Juan, que era el centro educativo más cercano. Pero cuando Doña Lucrecia se enteró y la convenció de ser ella su preparadora para el ingreso en el Instituto. Realizó el examen de ingreso en el Instituto Murillo de Sevilla, obteniendo matrícula de honor y una beca.
Se considera Ana una mujer muy resolutiva. Refiere una anécdota sobre su primer día de instituto. Siendo una niña, sin conocer Sevilla, se fue andando desde la Palmera a la calle Sierpes para comprar los libros.
Tras cuatro años en el instituto, aprobó la Reválida y pasó a la Escuela Normal de Magisterio, que se localizaba en la calle Laraña. Finalizó sus estudios de Magisterio en 1964. Mientras aguardaba a que se resolvieran las oposiciones, cuando solo le faltaba la parte práctica, se presentó como interina.
Su primer empleo como maestra fue en Carmona. Recuerda que le pagaban 1.900 pesetas al mes y cuando tenía que residir en una pensión, el salario se queda bastante corto. De Carmona, vino a Tomares a cubrir la jubilación de Doña Antonia Caracuel. Durante los primeros tres años ejerció como maestra de Infantil en el Tomás de Ybarra, como provisional. A partir de ahí recorrió otros destinos como Pilas, Sevilla, Castilleja, Bormujos o El Coronil, porque trabajó como provisional durante diez años.
Cuando por fin le concedieron destino en Tomares, se instaló en su querido colegio Tomás de Ybarra hasta su jubilación en 2003.
Relata Ana que en los años setenta, al aumentar la población de Tomares, el número de alumnos/as por aula llegó a crecer hasta 42. Esta masificación se solucionó con la construcción del CEIP Juan Ramón Jiménez. En la actualidad, se lamenta del deterioro del edificio del colegio Tomás de Ybarra, porque eran unas clases estupendas, amplias y bien iluminadas.
A pesar de llevar diecisiete años jubilada, Ana Bizcocho aún se emociona al hablar sobre docencia y se siente orgullosa de haber educado a muchas generaciones de tomareños y tomareñas.
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